domingo, 12 de julio de 2009

Los amos del calabozo

Ya desde un primer momento la venta por correo funcionó con bastante éxito, pero precisamente debido a este se encontraron con un problema que ya esperaban.

Ya habíamos comentado que los caseros de los dos compañeros estaban “algo” descontentos con el emergente negocio que sus inquilinos del tercero estaban desarrollando, y pronto habrían de ver colmada su paciencia. Con ello llegaría el fin de los días de Ian y Steve en Shepherd’s Bush.
El apelativo Workshop en el nombre de la empresa causaba una ligera confusión entre sus clientes. Resultaba bastante razonable el asumir que Games Workshop era una tienda y por lo tanto la gente comenzaba a aparecer en la calle buscándola. Nadie les había llamado, el negocio funcionaba exclusivamente vía mail order, pero aquellas personas aparecían. Ian y Steve se mantenían atentos y desde su apartamento miraban regularmente por la ventana esperando ver a alguien que respondiera a un perfil muy específico. Se trataría de un individuo vagabundeando calle arriba y abajo, en un claro estado de confusión, mirando repetidamente a su edificio, seguro de que estaba en el lugar correcto, pero totalmente desconcertado al no encontrar la tienda que estaba convencido que debiera estar allí.
Uno de los dos compañeros abría la ventana y desde arriba llamaba, -"Hey, oye. ¿Estas buscando Games Workshop?"-. A lo que la respuesta inevitable era -"Si, ¿lo conoces?"-. –“Otro cliente”-, se decían y lo llamaban -"Sube colega"-; y así subían a un perplejo muchacho al apartamento, o la mazmorra como habían empezado a denominarlo, y allí en una habitación trasera donde guardaban el material, completaban la transacción.
Por si fuera poco una compañía de venta por correo recibe un autentico torrente de llamadas telefónicas, pero cuando vives en un apartamento alquilado en el que el único teléfono está en el vestíbulo de la primera planta junto a la puerta de tus caseros, comienzan los auténticos problemas.
Cuando alguno de los dos oía sonar el teléfono, literalmente se arrojaba escaleras abajo en una carrera por alcanzar el aparato antes de que lo hiciera su casero. En muchas ocasiones en mitad de la escalera les llegaba un berrido desde el descansillo de la primera planta. Demasiado tarde. Ambos se encogían conforme escuchaban como se levantaba el auricular y todo cuanto podían hacer era quedarse escuchando con el corazón en un puño, -“Hola. ¿Preguntas por Games Workshop? Bueno pues… PUEDES IRTE AL INFIERNO.”-
Aún empeoraba más la situación la constante recepción de material llegando desde Estados Unidos y el trasiego de colaboradores y amigos que ofrecían su ayuda a los dos compañeros.

No hacía falta ser un genio para saber que sus días en el apartamento estaban contados, al menos hasta el final del contrato de alquiler que tenían firmado.

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