El invierno de 1976 fue duro y sobre todo frío.
Aparcados frente al club de squash, durmiendo en la furgoneta Morrison, el horario de Ian y Steve era una repetición constante de las mismas actividades diarias:
Antes de las 8:00 am se levantaban para cruzar la acera y entrar en el club, donde tras jugar un par de sets pasarían por las duchas y se arreglarían para pasar un nuevo día de trabajo; a las 9:00 am un corto paseo (apenas veinte metros) hasta la oficina de la agencia inmobiliaria y a la parte trasera donde se hallaba el centro neurálgico de Games Workshop; hasta las 12:00 pm toda la jornada preparando pedidos, recepcionando mercancía, escribiendo a los diferentes proveedores y enfrascados en las distintas burocracias que acompañan todo negocio; no olvidemos además que seguían publicando su fanzine Owl & Weasel y que a todo esto se sumaban las visitas a los distintos eventos o convenciones que proliferaban en Londres donde montaban su propio stand. Naturalmente hacían sus pequeños descansos para comer y para charlar con los clientes que solían pasar hasta el cuarto trasero de la agencia, con el natural descontento de los dueños de esta (empezaba a resultar una situación muy parecida a la que ya habían vivido con sus caseros en Shepherd’s Bush). Ya llegada la medianoche volvían sobre sus pasos a la furgoneta y descansaban cuanto podían.
Ya habíamos comentado las deficiencias asociadas a vivir en una furgoneta, pero si hemos de hacer justicia a esta historia también habríamos de ponernos en el pellejo de los dos compañeros e imaginar el frío de las noches londinenses y el constante repiqueteo de la lluvia sobre la chapa del techo, sonido constante que hacía difícil el conciliar el sueño; por no mencionar el olor que lo impregnaba todo y las molestias musculares que provoca el descansar sobre una superficie irregular.
No obstante ambos recuerdan esta época como una de las más emocionantes de su vida.
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